Me encontré meditando profundamente estos últimos días intentando encontrar una ilusión que se reproduzca en todos los seres vivos que habitan este planeta.
Transitamos momentos dónde algunos sentidos pueden desaparecer y desestabilizar nuestro presente durante una quincena. Cómo si fuera un impar de días que te quitan tus poderes mágicos y derepente vuelven sin avisar.
La preocupación es colectiva. Todos sufrimos el mismo miedo desde el primer segundo. Todos caminamos enbarbijados buscando cuidar al otro y es acá donde quiero hacer un énfasis en este relato.
No nos hacía falta una pandemia.
Nos hacía falta aprender que realmente todos somos iguales y que podemos encontrar el rumbo en la vida sin vivir la presión social que en estos días se siente en nuestro entorno de manera exponencial.
Que la humildad de ayudar en la precaria pero a la vez inacabable conciencia de nuestra mente sobre el presente nunca dejo de ser el plan maestro de la vida.
Que compartiendo todo lo que nos preocupa saber cómo están esas vidas más cercanas a nuestro entorno, nos unió más cómo familia..
Esto me deja por concluir que nuestros sentimientos evolucionaron en esta inolvidable pandemia la cual hoy posee un valor político, económico, social y religioso. Porque todos somos iguales en nuestra esencia como seres humanos, ya que todos estamos acá por un mismo objetivo:
VIVIR.
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