Fue uno de esos días que no habían sorpresas. Que no tenía tragedias y que no habían sospechas.
A la mañana, una historia de amor que salía de las sábanas, disfrutó de los besos que la acompañaban hasta la puerta del patio. Los corazones ya estaban pintando ríos con el agua más calma de la naturaleza en este patio y los mates ya sabían como derrotar la sed de una intensa resaca.
Más tarde, una siesta que el sol dejaba contemplar en una sombra. Una reposera para asentar los sentimientos en un solo lugar y un brazo ardido que mostraba esquirlas que el destino quiso dar. Tratando de volver a los detalles que la noche anterior quiso demostrar.
Durante la noche, la cocina causaba su bienestar. El horno ardía firme y parejo y los comensales llegaban justos de tiempo a comer. Cada uno con una historia diferente. Un corazón para recordar en mi vida.
Y es que fue uno de esos días donde no hubo tragedias. Uno de esos que la vida supo enfrentar. Porque el amor que la justicia trajo a esta ciudad, se supo traducir como libertad.
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